martes, 12 de junio de 2012

La Historia de Luisa



Era verano, en un jardín, repleto de flores, había una niña llamada Luisa que tenía 10 años de edad. Le gustaba mucho jugar con su perrita Lola a quien admiraba mucho. Luisa tenía en su jardín un árbol de gran tamaño y en él una casita de madera donde pasaba largas tardes jugando.

Luisa soñaba con ser un hada, vivir en bosques y tener más amigas que fuesen como ella. Le gustaba leer cuentos sobre fantasía, duendes… En su dormitorio tenía un estante lleno de libros. Una noche, a la hora de acostarse, Luisa estaba asomada a la ventana de su habitación contemplando la luz de la luna y aquella noche tan tranquila. De repente, la niña vio una luz brillante que pasó por su ventana y Luisa no comprendió qué era aquello tan extraño. Al día siguiente, Luisa le comunicó a su madre lo que había sucedido y la respuesta de su madre fue que en el cielo sólo había solo, luna y millones de estrellas. La niña quedó decepcionada porque lo que había visto ella tenía otra explicación. Luisa sólo hacía darle vueltas a la cabeza y no paraba de buscar información sobre el tema tratado. Por la tarde, Luisa sacó a su perrita Lola a pasear y se encontró con Pedro, un amigo de la escuela.

- Hola Pedro, ¿Dónde vas?

- Voy a casa de mi abuela a llevarle unos dulces, -¿Querías algo?- dijo Pedro.

- ¡Sí! –dijo Luisa.

- ¿En qué puedo ayudarte Luisa?

- Necesito tus herramientas, es decir, quería que me prestases tu microscopio y tu lupa gigante por unos días. -¿Podrías prestármelos? ¡Estarán en buenas manos! –exclamó la niña.

- -¡Por supuesto! Pero ten mucho cuidado porque es un regalo muy valioso que me hizo mi hermano antes de marcharse a Londres.

- ¡Descuida! Lo trataré como si fuese mío.

Cuando Luisa llegó a su casa, subió a la casa del árbol y se puso a poner su plan en marcha.
Cuando se hizo de noche, Luisa montó el microscopio al lado de su ventana y a las doce de la noche Luisa miró con el aparato hacia arriba y vio muchas luces brillando en el cielo. Se asustó un poco porque no acababa de comprender que era aquello. Eran luces preciosas, de colores y brillaban como diamantes.

Luisa se metió debajo de su cama. Pasados cinco minutos la niña volvió a mirar por el microscopio e intentó ver más cerca aquellas lucecitas.

Cada vez que Luisa miraba por el microscopio las luces se iban acercando poco a poco hasta que pudo visualizar lo que era.

Veía cuerpecitos diminutos, cada uno con dos alitas. Llevaban vestiditos y zapatitos de cristal que brillaban con los reflejos de la luz de la luna.

Eran de distinto color, azul, morado, naranja, amarillo… hasta que Luisa se dio cuenta de que eran hadas.

Las hadas se sentaron sobre la rama del árbol del jardín de Luisa y la niña cogió la lupa gigante y pudo verlas bien de cerca. Al cabo de poco tiempo, las haditas se hicieron amigas de ella.

- Os conozco de poco, no sé de dónde sois, qué buscáis, ni tampoco sé cómo os llamías, -dijo Luisa.

Una de las hadas empezó a hablar con su vocecita.

- No te asustes, no te haremos daño, -dijo el hadita.

- Estos son nuestros nombres: Nelly, Cora, Fanny, Roseta y Teresa.

- Hace un mes que perdimos a nuestra amiga y andamos buscándola. Estamos preocupadas porque todavía no ha vuelto a casa y tememos que haya podido pasarle algo.

- No os preocupéis, seguro que está sana y salva, -añadió Luisa.

- Si tú nos ayudas a buscarla, podremos darte como recompensa un deseo y podrás pedir lo que más desees, -dijo el hada Nelly.

Luisa, al escuchar eso, quedó completamente sorprendida porque ella quería ser un hada del bosque como ellas, pero también sabía que no podría hacer eso porque Luisa era todavía una niña y todo el mundo andaría buscándola.

Así, la niña pensó lo que le había propuesto el hada y aceptó a ayudarles.

Luisa le propuso un poco de agua y comida a las hadas y que, si ellas querían, podían descansar en su habitación. Las hadas aceptaron y se hospedaron en el dormitorio de Luisa.

Al día siguiente, cuando despertaron, se pusieron a pensar que dónde podría estar el hada perdida, pero no buscaron ninguna solución. De las cinco hadas que había, dos de ellas hicieron una búsqueda por el pueblo para ver si había rastro de ella. Mientras, las otras tres se quedaron con Luisa buscando pistas. 

Las dos hadas pasaron por la puerta de una juguetería y se pararon en el portal de la tienda y Cora se quedó pensativa.

- Cora, ¿en qué piensas?, -dijo Roseta.

- -¿Por qué no entramos aquí? Huele a gato encerrado y me temo que aquí hay una pista de nuestra amiga, -dijo Cora algo atemorizada.

Las dos hadas entraron en la tienda sin que nadie se diese cuenta. La tienda estaba repleta de juguetes, muñecas, peluches, carritos…

Cuando pasaron por una estantería escucharon el llanto de una muñequita.

Las dos hadas se pusieron a buscar y dieron con el rastro de esa pobre criatura que lloraba sin parar. Dieron con ella, estaba metida en una jaula, encerrada. Cora y Roseta se miraron a la cara y gritaron:

- ¡Es ella! ¡Tenemos que rescatarla como sea! –dijeron.

Cora y Roseta corrieron a buscar a las demás y cuando llegaron a la casa de Luisa estaban a la vez tan contentas y asustadas que no sabían cómo empezar. Las otras hadas estaban intrigadas por saber lo que había pasado.

Cuando se calmaron un poco, Cora empezó a hablar y les contó que habían encontrado a su amiga Vidia en una juguetería encerrada en una jaula y que estaba llorando.

¡Hay que rescatarla! –dijo Teresa.

Luisa les informó a las hadas que la dueña de la juguetería era la madre de su amiga Paula y que la tienda se cerraba a las ocho de la tarde.

- ¿Pero cómo vamos a entrar?-dijeron las hadas.

- Conozco una puerta secreta que hay detrás de la juguetería pero hay que tener mucho cuidado porque a veces hay un guardia de seguridad vigilando la zona, -dijo Luisa.

Esperaron a que se hiciera de noche y las hadas y Luisa se dirigían en dirección a la juguetería. Cuando llegaron a la puerta trasera, una de las hadas asomó su cabecita por la esquina y vio que no había nadie.

Luisa intentó abrir la puerta pero no tuvo éxito.

Las cinco hadas se miraron las caras, dijeron una frase mágica, unieron sus manos y entre todas crearon la bola mágica de la fuerza y la lanzaron sobre la cerradura de la puerta.

La puerta se abrió y las hadas entraron en la tienda. Tomaron dirección al encuentro de su amiga Vidia. La rescataron de la jaula y se dieron un abrazo tan fuerte que Vidia comenzó a llorar de alegría al ver a todas sus amigas.

Salieron de la tienda a toda prisa con el temor de que el guardia de seguridad regresara. Cuando llegaron a la casa de Luisa, Vidia contó a todas sus amigas cómo llegó hasta esa tienda y todas quedaron sorprendidas al oir la historia.

El regreso de las hadas al bosque llegaba pronto y Luisa se despidió de sus amigas con lágrimas en los ojos.

- Antes de marcharnos quería recordarte que si nos ayudabas a rescatar a nuestra amiga te concederíamos un deseo, -dijo el hada Nelly.

- ¿Me lo podrás conceder? –dijo Luisa emocionada.

- ¡Claro, -dijeron.

- Pues sólo deseo que no me olvidéis nunca, porque habéis ocupado un trocito de mi corazón y porque algún día regreséis de nuevo a la rama del árbol de mi jardín.

Las hadas comenzaron a derramar lagrimitas de aquella frase tan bonita que había dicho Luisa.

- Debemos emprender nuestro largo y cansado viaje hacia el bosque de la fantasía, nuestras familias y nuestro mundo nos esperan sanas y salvas, -dijo el hada Fanny.

- ¡Tenemos que marcharnos ya!

Las hadas alzaron sus alitas y se perdieron en el cielo oscuro.

Mientras tanto, Luisa se quedó asomada a su ventana hasta que las perdió de vista.

Autora:
Ana Pelayo Velasco. 4º B.

Gafaman



Érase una vez una ciudad donde nunca llovía, donde sus temperaturas estaban siempre alrededor de 35ºC. En ella vivían 30.000 personas, todas ellas tenían, como norma del Ayuntamiento, estar siempre felices en las calles. Uno de sus habitantes era un niño de 12 años, pelirrojo, con puntitos del mismo color del pelo que le adornaban su fina cara. También tenía unos enormes ojos marrones que se hallaban escondidos detrás de unas gafas redondas. En cuanto a su estatura, era el más pequeño de su clase, y siempre vestía con camisa de cuadros y bermudas blancas, adornadas con un cinturón de trenzas. Su pasión era leer comics de aventuras, protagonizados siempre  por su personaje favorito, GAFAMÁN. Éste era un personaje cuya misión era que reinara la paz en la Tierra.

- ¡Siempre he querido ser como él! –exclamó nuestro protagonista, Marcos.

Cuando apenas tenía 5 años, su pobre madre Elsabeth tuvo un accidente que la dejó atada a una silla de ruedas de por vida. Más tarde, Marcos quedó huérfano de padre a la edad de 6 años, y éste nunca supo los motivos de la muerte de su estimado padre. Debido a esto, tenía una vida muy ajetreada ya que tenía que cuidar de su madre enferma.

Una tarde, en la que hacía menos calor que de costumbre, la madre de Marcos le dio dinero a su hijo para que éste pudiera ir a comprar un helado. La tarde estaba acompañada de una pequeña brisa, y Marcos consideró que era un día magnífico para sacar su cometa, que, por supuesto, tenía un dibujo de Gafamán. Pensó que todos los niños de su edad se morirían de envidia al verlo con su bonita cometa.

El niño fue a comprar su helado y, mientras se lo comía, perdió el control de su cometa, y ésta salió volando colina abajo hasta llegar a un parque lleno de mariposas. Marcos salió corriendo tras su cometa a toda prisa con miedo de perderla. Tal era su desesperación que tiró el helado de chocolate para poder ir en busca de ella. Al llegar al parque, se encontró a su cometa apoyada sobre un enorme almendro en flor. Pensó que era un lugar perfecto para pasar sus horas de lectura y poder desconectar del triste mundo que llevaba a sus espaldas. Desde ese momento acudiría todos los días a la misma hora al almendro para poder leer.

Marcos siempre llevaba consigo su comic favorito, el cual sacó inmediatamente y comenzó a leer apoyado en el tronco del almendro. Todo era diferente en aquel hermoso lugar. Mientras leía, sentía como si hubiese música de fondo y una enorme armonía empezó a recorrer su cuerpo.

De repente, Marcos sintió sobre su cabeza la caída de un pequeño peso, éste continuó recorriendo el brazo hasta llegar a su mano. ¡No se lo podía creer! Era un hombre de apenas 30 centímetros, con larga cabellera rubia y un gran símbolo en el brazo en el cual se podía leer Taxat. Marcos empezó a gritar, estaba muy asustado. Luego recapacitó y se dio cuenta que un inofensivo enano no podría hacerle daño. El enano se llamaba Edimburg, y sólo quería ser su amigo.

Comenzaron a charlar, y el enano le contó una historia realmente estremecedora. Este enano pertenecía a una tribu de enanos. Al parecer cada persona tenía un enano el cual compartía sus sentimientos y sufría todo lo que esa persona sufría. También le mandaban señales para que los humanos pudiesen tomar la decisión correcta en todas las circunstancias difíciles de sus vidas.

Le contó también que el trabajo diario de los enanos era buscar la vida que le correspondía a cada humano y hacérsela más fácil.

Se hicieron muy amigos y todos los días Marcos iba al parque para poder charlar y jugar con Edimburg y todos los enanitos de la tribu. Los enanos vivían bajo la sombra del almendro, como en aquella ciudad no llovía nunca estaban a salvo de poder sufrir un diluvio.

Un día, Marcos estaba en casa charlando con su madre, contándole todas sus aventuras con su amigo enano y, de repente, vio por la ventana que empezó a llover con gran intensidad. Salió corriendo a toda prisa con un paraguas al parque porque se acordó de sus amigos los enanitos. Al llegar al parque, vio que la tribu de enanitos estaba inundada. Inmediatamente cogió a todos los enanitos y los metió en su mochila que tenía una mantita para mantenerlos calentitos. Los enanos estaban inconscientes y, al llegar a casa, los puso al lado de la chimenea con un alcohol de romero que tenía sustancias curativas. Todos los enanitos reaccionaron y se curaron. Estaban muy agradecidos a Marcos y querían compensarle de algún modo. Vieron a la madre de Marcos y, como había un mago en la tribu de los enanos, hicieron un conjuro para ayudarla. No esperaban aquella sorpresa…era una reacción increíble, no podían creerlo…LA MADRE DE MARCOS ANDABA.

Autoras:
Mª Bárbara Aguilar Aroca. 4º ESO.
Mª Teresa Morillo Martín. 4º ESO.
Juan María Martín Torres. 3º  ESO.

La Voz de África


Amanecía en Monzari, el sol salía con fuerza, los pájaros cantaban al nuevo día y la naturaleza sacaba a relucir sus más expléndidos colores para recibir al nuevo día.

En las chozas del poblado, el sol se colaba por las ventanas, la brisa fresca del amanecer despertó a Kambai, que dormitaba en su hamaca junto a sus padres y su hermano pequeño, Tombi. Kambai era una niña africana de 10 años, su piel oscura y tersa, sus grandes ojos negros, sus labios carnosos la hacían parecer una diosa, pero lo que más destacaba en ella era su voz melodiosa y bella. Todos en el poblado admiraban ese don de Kambai, ya que en todas las ceremonias la invitaban a que los deleitaran con su hermosa voz.

Kambai era una niña feliz, pasaba el día jugando, cuidando a su hermano Tombi, recogiendo leña y recolectando frutas del bosque. Tenía todo lo que podía imaginar: la compañía de su poblado, el cobijo del bosque, el canto de los pájaros, la música del río, etc…

Un día, cuando estaba en el bosque junto a algunos niños del poblado, escucharon un fuerte ruido tan desconocido para ellos que quedaron aterrorizados. Los árboles se mecían como si de una gran tormenta se tratara. Los monos gritaban y los animales del bosque huían a toda velocidad. Los niños quedaron acurrucados sin apenas respirar hasta que volvió el silencio. Poco a poco se fueron asomando a la explanada de donde procedía el gran estruendo. Allí vieron una gran avioneta, de la avioneta bajaban unos hombres blancos, todos se quedaron atónitos ya que era la primera vez que veían a alguien que no era de su raza. En breves momentos acudieron todos los que componían el poblado, jóvenes y ancianos.

Todos dieron la bienvenida a los recién llegados. Se trataba de un matrimonio europeo que estaban de safari por África. Los acogieron como si fuesen uno más del poblado. Les ofrecían agua fresca, comida y una choza donde descansar. Aquella noche hicieron una gran fiesta en el poblado en honor a Marie y Olivier, que eran los recién llegados. Las mujeres cocinaron mono asado con plátanos y los hombres prepararon una bebida típica del lugar llamada Suker.

Todos vestían sus mejores galas. Los hombres lucían unas hermosas plumas de colores. Pintaron sus cuerpos con ceniza y arcilla. Las mujeres lucían túnicas hechas de fibras y pieles. Adornaban sus cuellos y orejas con huesos de animales cazados por hombres de la tribu.

Hacía una noche preciosa, la luna africana se imponía en el cielo cuajado de estrellas. Todo el poblado alrededor de una hoguera. Comían y bebían hasta saciar sus apetitos. Empezaron las danzas y los cánticos. Animaron a Kambai a que cantara a los invitados. La niña fue tímidamente al centro de la reunión y cantó. Marie y Olivier quedaron asombrados al escuchar la voz de la niña.

Cuando Marie y su marido estuvieron solos en su choza, hablaron sobre Kambai y la pena que les daba que una voz tan dulce y hermosa no saliera jamás de ese poblado.

Días más tarde y después de meditarlo mucho, decidieron hablar con los padres de Kambai, ellos le contaron lo que podían hacer por Kambai, su hija, y lo que podrían enseñarle, la oportunidad que le ofrecían de conocer el mundo civilizado y que el mundo, a su vez, escuchara su voz. Sus padres, después de pensarlo mucho, accedieron a que Kambai viajara con Marie y Olivier a Europa sólo por seis meses.

Llegó el día. Todo el poblado estaba en la explanada del bosque donde había aterrizado la avioneta, estaban allí para despedir a Kambai, Marie y Olivier, pues viajaban rumbo a Europa. Kambai vivía el momento con un sabor agridulce, pues le entristecía tener que dejar todo lo que amaba y por otro lado estaba la emoción de conocer un mundo nuevo. Su destino final, después de muchas horas de vuelo, fue París.

Aterrizaron en el aeropuerto de Lión. Kambai estaba maravillada. Había mucha gente que iba con prisa, nadie se saludaba, ni siquiera se miraban al cruzarse.

Marie y Olivier llevaron a Kambai a casa, un pequeño apartamento cerca del río Sena. Los días posteriores a su llegada fueron maravillosos, pasearon por París visitando los lugares más emblemáticos de la ciudad, probando sabores y olores totalmente desconocidos para Kambai. Llevaron a la niña a un estudio de grabación que pertenecía a un amigo de Olivier. Kambai pudo cantar, probar cómo sonaba su voz ante un micrófono, ya que en su vida lo había visto. Probaron durante varios días hasta que decidieron grabar un disco.

Grabó su primer y único disco. El disco tuvo un gran éxito, gustó a varios patrocinadores dándolo a conocer en muchos países europeos y las firmas discográficas le ofrecieron varios conciertos donde la gente se quedaba maravillada al escuchar su voz. Todos bautizaron a Kambai con el nombre de “la voz de África2.

Pasaron los días, las semanas, los meses y Kambai empezó a echar de menos a sus padres, hermanos, poblado, bosques, ríos y la tristeza se apoderó de ella. Apenas comía, tampoco reía, el brillo de sus ojos iba desapareciendo…Marie y su marido empezaron a preocuparse por la niña, pasaba horas junto a la ventana, mirando al Sena, soñando que estaba en su río chapoteando en el agua junto a los niños de su poblado. Cerraba los ojos y buscaba el olor del bosque pero no lo encontraba. La ciudad la asfixiaba, el ruído la ensordecía, sus lágrimas invadían sus ojos extrañando los atardeceres de África. Marie le preguntó:

- Kambai, ¿qué te pasa? ¿te falta algo?

- Me falta África –dijo Kambai.

Pero cuando sus fans se enteraron de que Kambai posiblemente se marchara a África, ya que la extraña mucho, movieron cielo y tierra para encontrar algo o alguien que lo evitara.

Adèle, la presidenta del club de fans de Kambai, encontró una puerta mágica, que hacía que con abrirla y entrar, Kambai estuviera en África.

Kambai no sabía cómo agradecérselo, lo intentó con dinero pero Adèle no se lo podía permitir, así que se hicieron mejores amigas y desde entonces no se separaron.

Ahora Kambai lo tiene todo para ser feliz. 

Autoras:
Rosario Aguilar Lineros. 3º ESO.
Isabel Mª Macías Muñoz. 3º ESO.

El Mundo de los Ónfalos


Sobre las doce de la noche, cuando toda la casa estaba en un absoluto silencio, se despertaban unos seres mágicos y maravillosos, que se llamaban ónfalos y vivían en los enchufes de la casa.

La familia que habitaba en esta casa eran los Muñoz y estaba habitada por el padre, la madre y dos hijas de seis y ocho años, la menor llamada Daniela y, la mayor, Alicia.

Los seres mágicos también eran una familia, con su padres, su madres y tres hijitos pequeños y muy juguetones.

Para que lo conozcáis, os voy a hablar un poco de ellos. Son extremadamente diminutos, tanto que apenas se pueden ver a simple vista, necesitas una lupa para poder apreciarlos. Su forma de moverse de un lugar a otro de la casa es a través del cableado de los enchufes, y a la misma velocidad que la luz, están en la cocina y de repente pueden estar en la parte alta de la casa, es sorprendente como lo hacen.

Y os preguntareis, ¿cómo pueden moverse a través del cableado de los enchufes sin ser electrocutados?

Pues es muy sencilla la respuesta: porque son seres mágicos.

Sus cuerpos son delgaditos y alargados, el pelo lo tienen largo y de colores muy vivos: el más pequeño lo tiene rojo, el mediano azul y el mayor, amarillo chillón, la mamá lo tiene rosa y el padre naranja.

Una noche, la hija mayor de esta familia se sentía un poco indispuesta, eran las dos de la madrugada y se levantó para ir al baño. Estando en el servicio sentada, vio en el enchufe que había junto al lavabo unos pequeños chispazos y unos colores muy vivos moviéndose. Rápidamente fue a su habitación y cogió una lupa que tenía en su escritorio.

Cuando llegó al baño, había desaparecido. Entonces pensó que había sido algo imaginario, que estaba un poco dormida. Pero al entrar de nuevo a su habitación, volvió a ver esas chispas en el enchufe de su escritorio y se acercó sigilosamente, acercando la lupa con cuidado para no electrocutarse.

- ¡Dios mío! ¡Son seres diminutos!

La niña se quedó impresionada y fue corriendo a despertar a su hermana para que los viera.

- Daniela, ¡despierta, despierta!

La pequeña se levantó y no entendía lo que su hermana le decía, pero cuando se acercó, al verlos, no  se lo podía creer, no paraba de frotarse los ojos.

- Alicia, ¿qué son esas lucecitas que se mueven tanto?

- Pues no sé, hermana, yo acabo también de descubrirlas y te he llamado para que las vieras.

Entonces se pusieron con la lupa a examinarlos y vieron que eran como personas, pero diminutas. Lo que las hermanas no se esperaban es que les hablaran y cuando esto sucedió, se miraron estupefactas.

- Hola, ¿cómo os llamáis? –dijo el mayor de los tres hermanitos.

- Yo soy Alicia y ella es Daniela.

- ¿Y vosotros, quiénes sois? –dijo la pequeña Daniela.

- Somos ónfalos y vivimos desde hace un tiempo en esta casa.

Desde ese momento se hicieron amigos y también salían de día, pero eran casi invisibles porque con la luz del día no brillaban. A veces iban al colegio con las hermanas, escondidos en la mochila.

En el cole, cuando los profesores veían a las hermanas hablar con los ónfalos, se creían que tenían amigos imaginarios. Un día llamaron a sus padres para decirles lo que estaba pasando. Ellas se asustaron porque no sabían qué excusa ponerles y  no querían descubrir a sus amiguitos, así que dejaron de llevarlos al cole y sólo jugaban con ellos en su casa.

Cuando los padres de los ónfalos descubrieron la amistad entre ellos, se opusieron porque pensaban que les podrían ocurrir algo malo y les prohibió a sus hijitos que salieran de los enchufes a jugar con ellas.

Habían pasado dos días y las niñas estaban preocupadas porque los llamaban y ellos no aparecían.

- Alicia, ¿qué les habrá pasado, se habrán ido de nuestra casa?

- Pues no lo sé, o a ver si están enfermos.

Cuando pasó una semana, el mayor de los ónfalos apareció y estuvieron hablando. Les explicó lo que había sucedido y las hermanas empezaron a llorar poque no entendían el motivo para no ser amiguitos.

El ónfalo fue rápidamente a llamar a sus papás y cuando éstos llegaron y vieron a las hermanas llorando, no tuvieron otra opción que dejar a sus hijos jugar con ellas.

Desde ese momento se hicieron inseparables. Iban los cinco a todos los sitios juntos. Como eran tan pequeñitos, se escondían en cualquier sitio, donde más le gustaban esconderse era en el pelo de las hermanas porque allí iban bien sujetos y lo veían todo, estaban más seguros de no ser aplastados.

Cuando llegaron las vacaciones, fueron a la piscina y cuál fue la sorpresa, los ónfalos al ver tanta cantidad de agua se asustaron, se agarraron fuertemente al pelo de las hermanas y chillaban que se fueran de allí. Las hermanas se creían que era un juego como tantos, porque estaban todo el día jugando. Se quitaron la ropa y corriendo se metieron en el agua. Los ónfalos saltaron rápidamente de la cabeza al suelo y desaparecieron rápidamente antes de caer al agua.

Cuando Alicia y Daniela se salieron de la piscina, no encontraban  a los hermanitos, buscaron y buscaron pero no daban con ellos.

- ¿Dónde estarán? ¿Pero dónde se habrán metido? –se preguntaban las niñas.

Estuvieron dos horas buscándolos por toda la piscina y no había medio de encontrarlos, tan diminutos, podían estar en cualquier rinconcito.

Hasta que Alicia se dio cuenta y le dijo a la hermana.

- Vamos a los enchufes de los baños, seguro que están allí.

Y así fue, temblando de miedo estaban los tres hermanitos.

- Pero ¿qué pasa? –dijo la mayor.

- ¿Qué pasa? Nosotros no podemos tocar el agua, tenemos mucha electricidad y nos quedaríamos fritos en una piscina tan inmensa.

Las niñas cogieron rápidamente sus cosas y se fueron a casa. Sus padres se quedaron sorprendidos al verlas llegar tan pronto.

- ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué habéis regresado tan pronto de la piscina? –preguntó la madre.

- No, nada mamá, a Daniela le duele la tripa.

- Ah, vale, pues mañana si está mejor, vais.

Al día siguiente, las niñas volvieron a la piscina, pero esta vez los ónfalos se quedaron en casa, no querían volver a pasar ese susto al ver tanta cantidad de agua.

Autora:
Paola Doroteo Torres. 3º C.

Amor de verano


Todo empezó en una tarde de verano en la que el sol resplandecía con tanta intensidad que la playa estaba abarrotada. Los niños jugaban en la orilla con sus cubitos y paletas, la gran mayoría estaban dándose un baño o tomando el sol.

En la tranquilidad de la mañana todo se vio alterado por la aparición de un gigante tiburón, algo inusual en aquellas playas de Málaga. Todo el mundo salió corriendo del mar hacia la orilla, pero una joven se vio agobiada y calló a la arena sin poder salir del mar. Un chico la vio y no se pensó dos veces en ir a rescatarla. Cuando el chico se agachó a ayudarle, la chica estaba desmayada. El joven se dio prisa y la sacó rápidamente del agua antes de que el tiburón los alcanzara.

En la orilla, el chico tendió a la chica e intentó reanimarla. Unos minutos después, la chica abrió los ojos y cuando el chico la miró, sus miradas se cruzaron de tal manera que los dos quedaron locamente enamorados.

La chica se llamaba Lola. Era una chica muy extrovertida y simpática. Ella era de Málaga y vivía con su familia, aunque en el invierno ella se iba a estudiar a Huelva. Lola quería dedicarse a la enseñanza de Primaria, por lo que estaba estudiando Magisterio. Estaba en el primer año de carrera y era muy buena estudiante.

El chico se llamaba Carlos. Él era de apariencia seria pero en el fondo era muy divertido y romántico. Vivía en un pueblo de Sevilla y estaba pasando unas vacaciones con sus amigos en Málaga. Carlos estudiaba también primero de carrera,  Arquitectura, aunque era un año mayor que Lola porque había repetido 4º de ESO.

Desde aquel momento sus vidas cambiaron.

Cuando se conocieron, se preguntaron el nombre y cada uno se fue con sus amigos.

Sin dejar de pensar el uno en el otro, comenzaron a buscarse en el Twiter y fue Lola quien encontró a Carlos. Comenzó a seguirlo y cuando Carlos vio que Lola lo seguía, la siguió inmediatamente. Comenzaron a hablar y se dieron el número de teléfono. Por el Whatsapp quedaron en el sitio donde se conocieron.

Era tarde y Lola todavía no había llegado. Carlos empezó a impacientarse y llegó a pensar que lo dejaría plantado, pero en el último momento Lola apareció. Ella se disculpó por la tardanza y le dijo que había llegado tarde porque había perdido el autobús de las siete y tuvo que esperar el de las siete y media.

Carlos le dijo que no se preocupase, que a todo el mundo le puede pasar.

Primero pensaron dónde iban a ir y decidieron quedarse sentados en las rocas de la playa porque era tarde para ir al cine. Comenzaron a hablar de todo tipo de cosas: familia, música, estudios, etc.

Después el la acompañó a su casa y quedaron en verse al día siguiente por la mañana en la playa.

Cuando Carlos fue a la playa, Lola ya estaba allí con sus amigas. Carlos también iba con sus amigos. Todos se conocieron y pasaron un día espectacular, aunque Lola y Carlos siempre más alejados del resto.

Ellos quedaron en verse por la tarde, a las ocho, en el parque que se encontraba al lado del cine.

Decidieron ver una película romántica, en la que el protagonista desaparecía y su amada no paró de buscarlo hasta encontrarlo.

Después de la película, Carlos decidió invitar a Lola a cenar y ella aceptó encantada.

En la cena se dieron cuenta de que tenían en común muchas cosas y se entendían perfectamente uno al otro.

Al acabar la cena, Lola se tenía que ir, pero Carlos insistió en que se quedara un rato más. Lola no pudo resistirse ya que su corazón le decía que algo importante iba a pasar esa noche. Fueron a tomarse un refresquito y esta vez invitó ella, aunque él dijera que no.

Después de esto, él la llevó a la playa a pasear por la orilla y él se atrevió a cogerla de la mano. Entonces Lola comenzó a sentir mariposas en el estómago.

Con la luna de testigo, Carlos acercó su boca a la de Lola y, mirándose fijamente a los ojos, sus bocas quedaron fundidas en un gran beso. Los dos sintieron cómo un sentimiento nacía en sus corazones.

Llegó la hora en la que Lola debía marcharse y Carlos, todo un caballero, decidió acompañarla, no quería que le pasara nada y despidieron con otro gran beso.

Esa noche quedaría en sus recuerdos para toda la vida.

Durante las vacaciones de Carlos, Lola y él vivieron unos momentos inolvidables, pero llegó el día en que Carlos tenía que partir para su pueblo.

Lola estaba muy triste porque creía haber conocido al amor de su vida y no quería perderlo, pero Carlos le prometió que su historia de amor no acabaría con un adiós, sino con un hasta luego.

Siempre hay un momento en el que el camino se bifurca. Cada uno toma  una dirección pensando que los caminos algún día se volverán a unir. Desde tu camino ves a la otra persona cada vez más pequeña, no pasa nada, estamos hechos el uno para el otro, pero al final solo ocurre una cosa: llega el p… invierno.

Y de verdad te das cuenta de que todo ha terminado. Ya no hay vuelta atrás, lo sientes y, justo ahí, intentas recordar cuándo comenzó todo y descubres que todo comenzó antes de lo que pensabas, mucho antes, y es ahí, justo en ese momento, cuando te das cuenta de que las cosas sólo ocurren una vez. Y por mucho que te esfuerces ya nunca volverás a sentir lo mismo.

Carlos y Lola no volvieron a verse, pero…¿quién sabe lo que pasará en el futuro? ¿Sus destinos volverán a cruzarse?

Continuará…

Autoras:
Mª Isabel Aguilar Pérez. 4º ESO.
Mª Carmen Muñoz Morillo. 4º ESO.

El monstruo y las 3 niñas



Erase una vez tres niñas que eran muy amigas y quedaron en casa para ver una película de miedo una noche de Halloween. Las niñas estaban tan tan asustadas que salieron a correr a la habitación de Concha, una de ellas. Cuando se dieron cuenta, estaban metidas en la película, haciendo la fiesta del pijama allí, en medio de la habitación.

De repente, se abrió la puerta y entró un gran monstruo verde, con piel de rana, ojos de búho, lengua de serpiente, alas de águila y cola de león, que entró diciendo: 

- ¡Os voy a comer, malditas niñas, me vengaré por haberos metido en mi casa, que es sagrada y ninguna persona que entra vuelve a salir.

Las niñas, muy asustadas, salieron a correr al desván y, una vez allí, se dieron cuenta de que había muchos esqueletos colgados por el techo, puestos en las sillas, en los muebles viejos…
El monstruo las persiguió y acorraló en una esquina del desván. Ellas empezaron a llorar y a rogarle que no les hiciera nada, que ellas se metieron en la película sin querer, que estaban muy asustadas, salieron a correr y de repente estaban allí metidas con él.

El monstruo, feo y malo, les dijo que él, en verdad, no era malo, que no quería hacerle daño a nadie, pero que como todo el mundo le tenía susto, él no podía saludar a nadie ni decirle a nadie que sus intenciones eran buenas.

Las niñas se acordaron de haber escuchado eso antes, en algún cuento o en alguna película, y entonces le dijeron al monstruo que no se preocupara, que sabían lo que se sentía y que también sabían lo que tenían que hacer.

Entonces, el monstruo malo les dijo que, por favor, le dijeran qué había que hacer, que él quería hablar con la gente y relacionarse sin que nadie le tuviera susto.

Las niñas le dijeron:

- Hay que salir a la calle, ser muy muy simpático con todos los niños, con todas las ancianitas y con todas las personas del mundo entero, porque, al ser tan grande, tener alas y lengua de serpiente, puedes hacer muchas cosas y cosas muy buenas para la gente.

El monstruo, muy triste, empezó a llorar y a decir que no iba a poder hablar con nadie porque nadie iba a querer, era muy feo, muy grande y daba mucho susto. Él entendía que la gente le tuviera susto y que nadie quisiera hablar ni relacionarse con él.
Las niñas le dijeron que no se preocupara, que ellas lo ayudarían, irían delante de él y les dirían a la gente que no pasaba nada, que el monstruo era bueno y que sólo necesitaba relacionarse un poco con las personas para demostrarlo.

Las niñas eran amantes de Justin Bieber y le dijeron al monstruo:

- Aunque te odie mucha gente, siempre habrá otra mucha que te  quiera mucho, por ejemplo mira a Justin. Hay mucha gente que lo odia y lo critica, pero él sabe que también hay otra mucha para las que es muy importante. Tú puedes ser igual y, aunque te critiquen y te digan cosas, ten claro que nosotras nunca te vamos a abandonar, porque no nos has comido y has sido muy bueno.

El monstruo, casi llorando, se arrodilló y les dio las gracias a las tres niñas. Salieron a la puerta y el monstruo empezó a hablar con todo el mundo. Se dio cuenta de que, realmente, la gente no lo odiaba, de que al final se lleva bien y son buenos con él.

Las niñas, después de hacerle este favor al monstruo, le pidieron que las ayudara a salir de la película y las devolviera a la realidad.

El monstruo muy contento por poder relacionarse con la gente ya y no darle miedo a nadie, para agradecérselo, les enseñó el camino a la vida real: era meterse en un armario y una vez allí, tocar el botón de “VIDA REAL”.

Las niñas así lo hicieron, se subieron en el armario, pulsaron el botón y en menos de cinco minutos estaban en la casa de Concha, de nuevo viendo la película, que pasó de ser de un monstruo tenebroso  a ser de un monstruo guapo y guay que ayudaba a la gente con problemas.

Autoras:
Mª Dolores Arroyo Hermoso. 3º ESO
Concha Hermoso. 3º ESO.
Irene Morillo Pozo. 3º. ESO.

Los Polvos Mágicos



Liam era un pequeño duende que vivía en el bosque. Desde siempre, Liam soñó con ser un niño normal y no se acostumbraba a su vida aunque había cientos de duendes y hados más.

Como cada mañana, el pequeño Liam fue a visitar el pueblo. Al ir caminando, se encontró con un hada. Ella se llamaba Luci y era un hada mágica como pocas en el bosque.

Liam nunca la había visto por allí, en cambio el hada sí lo había visto a él.

- Sé que sueñas con ser un niño normal y yo te puedo ayudar –dijo Luci.

El pequeño duende sorprendido siguió su camino sin echar cuenta de lo que esa hada había dicho, aunque pensó todo el camino en aquello.

Esta vez, al llegar al pueblo no se sintió muy bien, al ver a todos los niños jugar, y se sentó en una piedra a llorar.

De repente, vió cómo algo comenzó a brillar. Se secó las lágrimas y decidió acercarse hacia la luz brillante. Al fondo se escuchaba una dulce voz que decía:

- Pequeño Liam, se fuerte y sigue este camino, muy pronto tu sueño se hará realidad.

Liam siguió la luz, que lo llevó hasta un árbol, en el cual había una puerta. Al abrirla, estaba ella sentada en un gran trono como si fuera una reina, Luci.

- ¿Cómo me puedes ayudar a cumplir mi sueño?

- Es muy fácil –respondió el hada. Si tú me ayudas a mí, yo podré ayudarte.

- Cómo puedo ayudarte si soy un duende pequeño e inútil?

- Necesito unos polvos mágicos, ellos me ayudarán a hacer feliz a muchas personas, tú entre ellas.

La luz desapareció y el duende comenzó a caminar en busca de la primera prueba.

Tras un largo camino y cuando ya no tenía esperanzas de encontrar nada, sintió cómo el suelo se movía y una gran grieta se abría. El niño siguió el camino de la grieta.

Después de andar un largo tiempo, vió en el fondo una pequeña luz. Liam corrió hacia ella. Al cruzarla, vio que era un río. En medio de aquel río, había una gran olla donde se encontraban los polvos mágicos que necesitaba el hada Luci.

El duende los cogió rápidamente con una pequeña bolsita que se encontró tirada y volvió lo más rápido que pudo al árbol del hada. 

Cuando Luci apareció allí, él le dio los polvos mágicos. Ella, muy feliz, cogió la bolsita donde se encontraban los polvos.

- Muchas gracias pequeño Liam. Ahora, con estos polvos mágicos que yo te voy a echar te convertirás en un humano, después de todos estos años.

De repente, el duendecillo se convirtió en niño.

- ¡Oh, no me lo creo! Después de haber deseado tanto ser así.

- Gracias Luci, de verdad. Este ha sido el día más feliz de mi vida.

Autoras:
Carmen Sánchez Aguilar. 3º C
Gema Mora Aroca. 3ª B.

martes, 5 de junio de 2012

Los niños poderosos


Érase una vez una niña llamada Ángela, que descubrió que tenía poderes. Ella vivía con sus padres, hasta que ellos se dieron cuenta de sus poderes y la llevaron a un hospital. Allí había unos hombres que secuestraban a todos los niños que tenían esos poderes. Ellos los querían a todos juntos y poder hacer con ellos lo que se les antojase.

Esos hombres le dijeron a sus padres que se la iban a llevar a un lugar donde iba a estar segura y la iban a curar. Los padres confiaron en lo que les dijeron esos señores.

Pero ellos no la podían curar, ni a ella ni a todos los niños que había así. Ángela sabía que esos hombres no la iban a curar.

La llevaron a un lugar muy grande donde tenían a muchos más niños y niñas como ella. Se hizo amiga de un muchacho más o menos de su edad, llamado Carlos. Él estaba esperando una oportunidad para escapar de allí. Juntos planearon cómo salir de ese lugar. En unos días, Ángela y Carlos escaparon de allí, llevándose también a una niña pequeña a la que Carlos le tenía mucho cariño, llamada Carmen.

Los hombres se dieron cuenta de que faltaban tres niños y salieron a buscarlos. Ellos ya estaban en el pueblo y allí se encontraron con un hombre que tenía un niño pequeño, llamado Lucas, que también tenía poderes y estaban tratando de huir de ese pueblo porque allí podía que se llevaran a su hijo.

Todos estuvieron en un parque donde se encontraron con una mujer llamada Azucena a la que le habían quitado su hija, que también tenía poderes. Azucena se unió a ellos y todos escaparon de ese pueblo. Azucena se encariñó con todos y, en unos meses, ya eran como una familia. Ellos tenían que fingir que eran una familia para que nadie descubriese que los niños tenían poderes.

Una señora llamada Rosa les dejó en alquiler una casa a ellos. Días después, todos salieron a pasear y conocer el pueblo en el que estaban viviendo. Encontraron un niño de sólo 16 años aproximadamente, al que su familia lo había rechazado porque decían que era un niño raro. Al niño, llamado Fabián, lo acogieron en la casa fingiendo que era un primo de los niños y sobrinos de ellos y que había ido a pasar unos meses con ellos.

Nadie podía tener pista de nada, pues llamarían a la guardia y a los niños y se los llevarían con los hombres que tienen a los niños con poderes.

Azucena,  a la tarde siguiente, salió a buscar trabajo y el vecino le dio trabajo de secretaria en su oficina. Azucena empezaba al día siguiente y aprovechó esa tarde para ir al pueblo en el que antes vivía a ver si encontraba pistas sobre su hija, Alba, a la que se llevaron una noche de tormenta. Azucena echaba mucho de menos a su hija y algo le decía que algún día volvería a estar con ella porque su hija veía el futuro y le dijo que un día iban a ir a la nieve con personas que no conocían y esas personas son con las que vive ahora.

Marco, el padre de Lucas, a la mañana siguiente fue a matricular a todos los niños en el colegio, pues tenían que parecer una familia real. En ese colegio le dieron trabajo de maestro, y estuvo trabajando un largo tiempo.

Carlos era muy problemático, era pasota y siempre quería ir a su bola, como él decía. En el colegio tenía que portarse bien porque si investigaban los colegios donde había estado y demás, descubrirían que no son una familia en realidad y que Carlos no había estado nunca en la escuela, sólo de pequeño. Llevaban tan sólo una semana de colegio y Carlos ya estaba dando problemas. Marco, el padre de Lucas, le dijo que tenía que empezar a portarse bien o todos descubrirían su gran secreto. Carlos y Ángela estaban empezando a enamorarse.

Meses después, ya les iba todo mejor y una tarde, Azucena y Marco fueron al lugar donde tenían secuestrada a su hija. Azucena la vió nada más llegar. Vio a Alba, estaba jugando con otros niños. Azucena la cogió, salieron a correr, se montaron en un coche y se fueron.

Todos los hombres metieron a los niños dentro y cerraron. Salieron detrás de ellos e, intentando alcanzarlos, estos hombres tuvieron un accidente donde todos murieron.

Los niños que estaban en ese lugar fueron devueltos a sus padres, gracias a Azucena y Marco, que sabía que estaban allí y buscaron la manera de localizar a todos los padres.

Azucena y Marco estaban enamorados el uno del otro y su amor fue correspondido. Estos se fueron todos a vivir a un chalet donde fueron todos muy felices, ya que no tenían que temerle a esos hombres ni a que se fueran a llevar a los niños, pues esos hombres ya no vivían para quitarle los niños.
FIN.
Autora:
Paqui Torres Prado. 3º ESO.

El teléfono misterioso

María era una niña que vivía en Notrademus, una pequeña villa del norte de los Pirinées. Ella vivía con sus padres, su hermana mayor Jeniffer y su hermanito pequeño Dylan.
Era un invierno muy frío y ellos salieron a pasear a su perrita Layka, en una tarde.

En esa tarde de paseo, fueron a una tienda de antigüedades llamada, Cheskybola, y se quedaron impresionados de un teléfono color marfil, que había en una estantería. Ese teléfono ya tenía su tiempo encima, y ellos decidieron regalárselo a  su madre, porque era un día especial para ella, era su cumpleaños, que ya estaba puesta en mas de los 50 años.

María, estaba muy contenta, al gastarse todos los reales que tenía ahorrados para su buena madre. Aunque sus hermanos la ayudaron en el regalo, era un regalo de todos ellos. Al llegar a casa, se reunieron en el salón para sorprender a la cumpleañera. Cuando la mamá entro en el salón, se quedo sorprendida al ver el bonito regalo de sus hijos queridos. Al cabo de los minutos lo colocaron en un mueble, haciendo colección con los demás teléfonos coleccionados por Julia, la madre.

Al cabo del tiempo, la familia estaba sorprendida de los ruidos que escuchaban a media noche. Una noche, de estas en la que el tiempo está revolucionado, al padre, Gustavo, le desapareció el reloj, regalado por su mujer en el aniversario de bodas, al que el le tenía mucho aprecio. Todos juntos, lo buscaron por casa, pero no aparecía por ningún  rincón de la casa. A Dylan, después de un tiempo,  le desapareció su estuche de Pokemon , al que el adoraba mucho.

Ya la familia Durains , comenzó a preguntarse que es lo que estaba sucediendo en la casa Durains. 

Llegó la Navidad, y todos estaban saltando de alegría y deseando de escuchar las doce campanadas. Era Noche Buena, y se fueron a cenar a casa de sus abuelos con todos sus tíos y primos, a pasarlo en grande durante la cena, porque después llegan las risas y alegrías para todos cuando se van al bar Purinday, donde se reúne toda la gente y civilización de ancianos para disfrutar de la Navidad.

En la villa, era tradicional, estar todos juntos comiéndose las chuches y los frutos secos, que ponía el dueño del bar, para estar allí todos reunidos. Después, a más de de las doce, empezaba la música y todo el mundo bailaba. 
Los adultos podían beber todo el alcohol que quisieran, pero sin abusar mucho, ya que a la mañana siguiente tenían que ir a la misa, para escuchar las plegarias del Padre, dándole la bienvenida a la Navidad.

A los cinco días siguientes llegó la esperada Noche Vieja, donde por tradición en Notredamus, se le daban los regalos a todos los niños. María, Dylan y Jeniffer se levantaron muy temprano para ver los regalos. Cuando bajaron al salón, estaban muy contentos con todos sus regalos, pero la madre tenía un carácter pensativo, al ver que ella y su marido, habían dejado mas regalos para sus queridos hijos. 

Julia y Gustavo, se fueron para la cocina a hablar de lo que estaba ocurriendo con los regalos de sus hijos.
Empezaron a pensar y llegaron a la conclusión de que alguien pudo entrar en casa, mientras ellos estaban disfrutando de la cena en casa de los padres de Julia. Pero razonaron más la situación y  también unieron la perdida del estuche de colores y del reloj de Gustavo. 

Esa noche el padre se quedó despierto, para ver lo que  estaba sucediendo, y todo estaba tranquilo, nada de que preocuparse. A eso de las cinco se tendió en el sofá, para no quedarse dormido. Ya amaneció y todo estaba en orden.

Se lo contó a Julia, y esta se alegró de la situación, pero en el escritorio pegado al teléfono había un lapicero y una libreta de los apuntes de Jeniffer, que al echar mano de ello, no lo encontraba. Se lo contó a su mamá y juntas lo buscaron.
Pero no apareció y al llegar el padre se lo contaron y este dijo que es imposible eso, que el no había escuchado ni visto nada durante la noche.

Entrando  la Primavera Maria y su madre  hicieron en su casa una limpieza.
Empezaron a limpiar muebles,lamparas,libros, y también la colección de teléfonos de Julia.

Cuando empezaron a limpiarlos vieron cómo el teléfono de color marfil, el que le habían regalado sus hijos, pesaba más de lo habitual. Esto hizo sospechar a  Julia y a Maria y se lo llevaron a su padre para que viera que le pasaba.

Gustavo intentó arreglar el teléfono y desmontarlo para ver qué tenia dentro, pero no había forma de abrir el teléfono.

Todos estaban preocupados, en ese momento María recordó cuando el dependiente antes de comprarlo le dijo que ese teléfono había sido devuelto varias veces. Esto hizo cambiar a Gustavo y decidió llevarlo mejor a otra tienda de antigüedades distintas.

En la tienda Hormecity , tampoco encontraron una solución para abrir el teléfono . 

“ No no se lo que le puede pasar, es imposible abrirlo”.

Esta  misma respuesta le dieron en 3 tiendas más.
Todos se tuvieron que ir a casa con el teléfono igual que cuando se lo llevaron.
Pusieron el teléfono en el estante y no lo tocaron mas.

Un día Dylan y su amigo estaban jugando con una pelota en el salón y sin querer tiraron el teléfono.
Se hizo una brecha y Dylan fue corriendo a decírselo a María.

Ésta lo tiró al suelo con mucha fuerza y se rompió en dos. 
María se quedó sorprendida  por que del teléfono empezaron a salir todas las cosas que habían desaparecido... y también un pequeño duende verde.

Estaba muy asustado pero María y Dylan intentaron tranquilizarlo.
El duende les explicó que  robaba cosas para poder comprar libros,colores y cosas para hacer manualidades en su país.

 Maria le explico que eso de robar estaba muy mal, y que ellos le ayudarían a conseguir material para que el pudiera aprender.

El duende les dio las gracias y le dijo que por favor  no les dijiera nada a sus padres. 
Dylan y María le hicieron caso y le buscaron un agujero donde pudiera vivir cómodamente.

Gracias a Dylan y María el duende pudo vivir fuera del teléfono felizmente aprendiendo muchas cosas. Se convirtieron en sus mejores amigos.
Dylan tubo el detalle de arreglar el teléfono a su madre y todo volvió a la normalidad.

Autoras: 
Isabel Pilar Morillo Carmona, Marta Aguilar Torres, Mª Dolores Alés Morillo y Cristina Vera Aroca. 4º ESO.